- Antes de tener esta conversación ella había estado con su viejo amigo por mucho tiempo. Hace tiempo, cuando estudiaban en la escuela parecían ser novios, pero luego el destino los separó. Su amigo se fue a otro país, ella encontró el trabajo que quiso en aquel momento y en un santiamén no quedó nada en común entre estas dos personas. Intereses, países y familias diferentes. Y cuando él volvió a su ciudad de nuevo casi no se comunicaron. Sólo supieron algo uno del otro y ya está. Él era un fabricante, bastante rico, tenía una casa grande y ella era feliz. Él se sorprendió bastante cuando la vio en la puerta de su casa.
- Hola. ¿Qué tal?
- Luego se dijeron algunas frases sin mucho sentido para mostrarse respeto uno a otro. Y por fin ella se atrevió a empezar a hablar de lo que necesitaba.
- Una pausa...
- Pues no tengo trabajo y...
- Entiendo, pero no puedo ayudarte con el trabajo ahora... Espera... Tengo una idea... Dame tu número de teléfono y te llamaré...
- No, no. No quería pedirte trabajo...
- Pareció que él no oyó lo que ella dijo.
- Ella le dio su número.
- Ah, eso... Pues tienes suerte de conocerme. Mira, allí hay dinero. Toma cuánto necesitas y luego me lo devolverás. ¿Quieres té?
Él siempre era así. Luego hablaron un
poco de todo: de sus vidas, de cómo estaban, de los recuerdos de su
juventud... Y ella olvidó que había prometido llamar a su marido
cuando tuviera todo claro. Se despidió de su amigo y volvió a su
casa, donde se sentó frente a la ventana y pensó en cómo podría
ser su vida si fuera rica también, como su amigo.
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